sábado, 23 de junio de 2018

Nicolás, el profeta de los pobres

Los “Justos” llegaron al anochecer bajo una espesa y helada llovizna; los esperaba una escena que no carecía de surrealismo y que estremeció a más de uno de esos hombres duros, acostumbrados a ver de todo en su camino por las tierras del Señor impartiendo justicia e impidiendo injusticias.
Desde la única rama de un árbol seco, colgaba el cuerpo de Nicolás, el hombre que habían ido a salvar de la ignorancia humana. Pero esta vez llegaron tarde, ya la turba enfurecida lo había ejecutado sin ningún tipo de juicio previo, sólo la sospecha de ser el culpable de la hambruna del pueblo. Lo mataron por hechicero y solo era un pobre loco con la mente de un niño, cuyo único pecado había sido el intentar ayudar a los infelices aldeanos, advirtiéndoles sobre las injusticias con las que los esclavizaba el amo de esas tierras y dueño de sus vidas.

Lo conocían como “Nicolás el profeta de los pobres”, pero el amo los había convencido que él era el culpable de todos sus males y que el sólo escuchar su voz los embrujaba.
Un cuervo parado sobre la cabeza del ahorcado picoteaba ferozmente el rostro del infeliz intentando sacar su mejor tajada. Otros se arremolinaban disputándose el resto de su cuerpo. Calcularon que en poco rato dejarían sólo los huesos.
Un oleaje de asco e impotencia los invadió cuando los cuervos emprendieron la huída alertados de su llegada por el relincho de los caballos; el que estaba sobre la cabeza llevaba como trofeo un ojo sangrante aprisionado en su enorme pico. El amo sonriente observaba la macabra escena.
Seudónimo Sabrina
Autor
María Magdalena Gabetta
Lea las Bases del Premio literario "Armando Salgado edición 2018
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